Yael Crede, la tunuyanina que vivió una odisea para regresar de Australia a la provincia

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Se encuentra haciendo la cuarentena en un hotel.

El camino de regreso es un camino imposible, dicen algunos. Cuando uno regresa a alguna parte, las cosas ya no son las mismas. Pero este concepto filosófico, que dice que nadie se puede bañar dos veces en el mismo río, para los repatriados durante la pandemia es un juego mental absurdo, carente de importancia. Lo que importa es volver, después se verá si aquello que habían dejado es lo que era.

Yael Crede es de Tunuyán. Tiene 30 años, es ingeniera agrónoma y en enero pasado llegó a Australia, para trabajar en una bodega. Tenía posibilidades de que ese trabajo fuera permanente, pero en marzo todo cambió. “Esto del coronavirus modificó la vida para todos. Tuvieron que hacer recorte de personal. Incluso muchas bodegas cerraron completamente, Terminaron de fermentar, dejaron todo en tanques y cerraron directamente. Fue un recorte de personal muy grande y, en ese recorte caí yo”, cuenta Yael.

Había estado antes en Australia y después en California, pero regresó por la posibilidad concreta de un trabajo fijo donde desarrollar su profesión.

La bodega está en Margaret River, una población costera de Australia occidental, con poco más de 6.000 habitantes. “Es una zona vitícola, a orilla del mar. Es más húmedo que acá, no tiene altura, con un suelo bastante rocoso y quizás en un meridiano más bajo, pero no es tan frío como acá. No hiela y hay muchísima lluvia”, cuenta.

A los pocos días Yael sacó pasaje de regreso para Argentina, pero “a los tres días me lo cancelaron”.

Dice que “empecé a esperar, a esperar… Cada tanto la aerolínea Qatar anunciaba vuelos, pero los pasajes salían fortunas, entre  2.500 y 3.000 dólares”.

Finalmente el sábado “confirmaron un vuelo de TAM para los que ya habíamos comprado el pasaje. Salía el lunes y nos preguntaron si nos interesaba. TAM traía a chilenos que estaba allá, pero le quedaban lugares y nos propusieron venir en el mismo avión. El problema es que el gobierno argentino tenía que autorizarlo. El 26 de junio ya había ocurrido algo así y no lo habían autorizado. Entonces empezamos a presionar con el consulado hasta que aprobaron nuestro viaje. Fuimos 5 mendocinos los que podíamos regresar”.

El lunes el avión despegó de Sídney y aterrizó el Santiago. “Ahí no tuvimos que esperar nada y nos embargaron inmediatamente en un avión que nos llevó a Ezeiza. Todo fue muy rápido. La odisea fue viajar de Buenos Aires a Mendoza…”.

En Ezeiza les realizaron todos los controles y debieron esperar a que se coordinara que un colectivo los trajera. Antes tuvieron que esperar que llegara algún otro vuelo con más repatriados. “En total fuimos 5 que llegamos de Australia y otros dos que llegaron de Chile”.

Pero a esos mendocinos se sumaron rosarinos, cordobeses, puntanos y sanjuaninos, todos pasajeros de un mismo micro que partió de Ezeiza para llevaros a sus lugares de origen. Fue un viaje larguísimo, 41 horas en total.

Para colmo “no teníamos ni agua no comida. Yo tenía algunas almendras, que compartimos, y los choferes nos convidaron un paquete de galletitas”.

Lo más complejo ocurrió en Desaguadero. “Llegamos a las 11 de la noche y tuvimos que esperar hasta las 9 de la mañana, porque no había ningún patrullero que nos acompañara a la terminal de Mendoza y los controles de salud recién comenzaban a las 10 de la mañana”.

Dice que esa noche fue difícil. “Hacía mucho frío, el micro no podía tener la calefacción prendida porque se iba a quedar sin combustible, y nos sentíamos mal por el hambre que teníamos”.

Y en la terminal de Mendoza  también tuvieron que esperar. “Estuvimos dos horas, esperando que definieran a qué hotel nos mandaban”. Yael cuenta que en Córdoba hisoparon a quienes llegaban y los mandaban a sus domicilios a hacer la cuarentena. Que en San Luis también esperaban a sus comprovincianos y los alojaron en el campus universitario. “Acá nuestra llegada parece que los tomó de sorpresa. Parece que hubo una falta de comunicación o algo así”.

Cuando finalmente llegaron al hotel, ubicado en Gutiérrez y Mitre, “recién se habían enterado que llegábamos nosotros y ya no tenían almuerzo para darnos. Nosotros estábamos al borde del desmayo”. Cada uno debió pedir un delíbery.

La ingeniera agrónoma cuenta que “llegamos muy cansados. Los chicos del hotel son muy amables. Por suerte me tocó una habitación con balcón y pude saludar a mi familia desde ahí arriba”.

Dice que ahora espera que pasen los 14 días de cuarentena en el hotel y los otros 7 que deberá quedar recluida en su departamento, pero que luego espera “poder hacer algo, siempre respetando los protocolos. Ver a mi familia, quizás a algunos amigos…” y que luego “trataré de encontrar algo para hacer”.

Dicen que el sueño del regreso es un sueño imposible. Es así pero, para algunos eso no importa mucho por ahora.

Fuente: Diario Uno

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