El arbolado no solo contribuye a una vida más saludable, también forma parte del patrimonio natural, histórico y turístico.

Cada semana recibimos mensajes de preocupación por árboles que poco a poco se van muriendo. En muchos casos, se debe a que fueron quemados durante la quema de hojas o pastizales, y en otros, porque no se los riega regularmente. 

Si bien, en los tres departamentos hay una política generalizada de renovar y cuidar el arbolado, sin embargo, hay muchas calles y lugares donde los árboles agonizan, en general por falta de agua o cuidado. 

El riego de estos árboles no es responsabilidad solo de los municipios. Hay muchas sendas y calles donde la injerencia directa es de Irrigación o Vialidad. Los vecinos piden que se cuiden y recuperen los árboles que poco a poco van muriendo.

En algunos casos, ya son irrecuperables. Pero la paradoja es que muchas veces son reemplazados por árboles nuevos, que pronto también mueren por falta de riego. 

¿Cuánto vale un árbol de seis, siete, ocho décadas, o tal vez más? Alguien pensará solo en la madera… Pero un árbol añoso es parte del patrimonio histórico y cultural. Quién lo plantó? Cuánto tardó en crecer? Quiénes lo regaron para que pudiera crecer? Quiénes descansaron en su sombra? De cuántas historias habrá sido testigo? No se trata de romanticismo tonto, o exagerado ambientalismo. Los árboles son bellos, pero también son frescor en un verano ardiente, son oxígeno limpio en un mundo contaminado, y aunque muchos piensen lo contrario, son aliados en el cuidado del agua. Ni que decir, cuánto embellecen el paisaje en un lugar donde se busca impulsar el turismo. 

Si tenés un árbol cerca: cuidalo. Si ves que está descuidado: reclamá, para que los organismos responsables se ocupen de cuidarlo. Y si sos funcionario, por favor, ponelo en agenda: que los árboles no mueran de pie, pero mucho mejor, que no mueran de ninguna manera. También nuestra supervivencia depende de ello.