“Volvería a defender a la patria”: el relato de un suboficial tunuyanino que luchó en la Guerra de Malvinas

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A sus 22 años, Jorge Daniel Uvilla comandó un grupo de soldados en el enfrentamiento contra el ejército inglés.

Por Libby Rose

Ayer se cumplieron 39 años de la Guerra de Malvinas que dejó como saldo 649 soldados argentinos muertos, 255 británicos y 3 civiles isleños, y más de 500 suicidios motivados por secuelas y traumas de posguerra.

El enfrentamiento se desarrolló entre el 2 de abril y el 14 de junio, cuando culminó con la rendición del ejército nacional.

El suboficial mayor retirado, Daniel Uvilla, fue uno de los más de 23 mil combatientes que participaron del conflicto bélico que marcó la historia argentina. Sin embargo, a diferencia de las oscuras experiencias de tantos, él define su historia como la de un cabo lleno de expectativas y esperanzas, con vocación intacta por su profesión. Para él la Guerra de Malvinas fue lo mejor que le pasó en la vida y tras 35 años de trayectoria en la milicia, no duda en volver a luchar por defender a la patria como lo hizo en ese momento. El hombre, oriundo de Tunuyán, a sus cortos 22 años debió comandar a un grupo de soldados que él mismo entrenó por 45 días, antes de que empezara la guerra; soldados que se convirtieron en su familia. Durante el conflicto, pasó 10 días como prisionero antes de regresar a Buenos Aires y más tarde poder reencontrase con su familia a la que, por error, le dijeron que había muerto en combate.

Daniel Uvilla, que actualmente tiene 61 años, y la semana pasada fue reconocido por la Municipalidad de Tunuyán junto a cinco camaradas del departamento, se retiró hace 10 años de la milicia tras alcanzar el grado de suboficial mayor. Pasó sus últimos 17 años de servicio en el Batallón de Ingenieros de Montaña 8, en Campo Los Andes.

Cuatro años antes de ser alistado para la guerra, se había egresado de la Escuela de Suboficiales. “Pasé un año de servicio en Córdoba, después volvió a Buenos Aires porque fui convocado a la Escuela Ingenieros”, contó en diálogo con El Cuco Digital.

El entonces cabo, llegó algunos días después de comenzada la Guerra de Malvinas, donde se dedicó a la instalación de minas en los campos. “Yo llegué entre el 8 y el 9 de abril. Pisamos suelo malvinero en la mañana. El viaje fue desde Campo de Mayo en Buenos Aires, hasta Comodoro Rivadavia y desde ahí hicimos el traslado. De ahí nos fuimos en buque hasta Malvinas. Llegamos en el izamiento de la bandera que hacían las tropas que ya estaban y pudimos presenciar ese momento tan emotivo”.

“De ahí empezamos con las tareas para la preparación para la defensa del territorio. Yo estuve en Puerto Argentino con la Compañía de Combate de Ingenieros 601. Esta compañía no existía y se armaba para casos  de conflicto. Estuve una semana con la compañía orgánica y de ahí pasé como fuerza agregada de la Compañía C del Regimiento 25 de Infantería donde me recibieron como agregado del Teniente Estévez, que después muere en combate. En ese lugar se desarrolló toda mi actividad”, relató el militar.

“Básicamente mi actividad era la preparación de la defensa que era con obstáculos minados, hasta el día 27 que llegaron los combates más cercanos y pasamos a formar tropas de infantería todos juntos. En el puesto tuvimos combate todo el 28”.

Respecto a la actividad diaria en pleno conflicto, el militar explicó que “es el día a día. Todos los días la situación va cambiando a medida que se va acercado el enemigo. Nosotros, por ejemplo, en un momento teníamos cierta misión y todos los días nos levantábamos a trabajar en esa tarea. Levantarnos es una forma de decir porque vivíamos en acartonamiento. En la trinchera, en los pozos, había dos personas por posición, una guardia al 50%, uno dormía y el otro vigilaba y cada dos horas había relevo. Además yo tenía agregado el patrullaje de la zona de la Compañía C”.

“A su vez en la mañana hacíamos el alerta matutina que es levantarse con las primeras luces porque es el momento en que se aprovecha para atacar. Entonces después de esos momentos, del alerta vespertina y matutina, trabajábamos en nuestras tareas, agregó.

“Eso hacíamos de día. Pero después de que nos descubrieran una vez, empezamos a trabajar de noche y de día medianamente descansábamos. Después teníamos las alertas rojas que eran cuando pasaban los aviones que hacían hostigamiento. De noche atacaban y de día hacían hostigamiento permanentemente. Ese era el día a día de un soldado”, detalló.

“Las trincheras, los pozos, eran nuestro hogar. Acondicionarlos nos fue posible con enmascaramiento, algún refuerzo para darle más seguridad en caso de un ataque aéreo. Eso hacíamos en nuestro tiempo de ‘ocio’ hasta la tarde noche en que volvíamos a la posición”, contó.

El suboficial mayor cayó prisionero el 29 de mayo junto con su grupo y por más de 10 días, desde que amanecía hasta que anochecía, fue obligado a remover todas las minas que él mismo había instalado.

“Del 29 de mayo hasta el 10 de junio estuve haciendo la remoción de los campos minados que yo mismo había instalado con mi tropa. De ahí fui trasladado al Puerto San Carlos en un buque y desde ahí fuimos a Montevideo donde hicieron el traspaso de los prisioneros de guerra a las autoridades nacionales y de ahí en un buque fuimos trasladados con mi grupo, que éramos 10 soldados y yo, a la Escuela de Ingenieros. Después de haber estado una semana en la Escuela de Suboficiales por el tema de la revisación médica y psicológica, fui dado de vacaciones 15 días”.

“Yo, particularmente, el temor por mi vida lo sentí desde el momento en que pisé la isla. Cuando fui prisionero debo rescatar el profesionalismo del enemigo, yo obviamente no hubiera sido igual. A mí en ningún momento me trataron mal ni me dieron a pensar que me podían matar. Cuando caí prisionero de todos modos no me podía hacer el loco para nada. Hice mi trabajo y no temí por mi vida. Era ‘hacé tu trabajo, te respeto y se acabó el problema’”, expresó.

Sobre como transitó sus días de captura, Uvilla relató: “ Me llamaron a mí y a otro suboficial y mi misión era remover el campo minando. Fueron 10 días en que me levantaba en la mañana, ahí fue otra cosa. Estábamos acampanados en el galpón que tenía fardos de lana, con todos los prisioneros. Particularmente con mi grupo salíamos más temprano con los ingleses que nos custodiaban, a remover y levantar las minas que habíamos instalado. Ese trabajo me llevó 10 días desde que aclaraba hasta que oscurecía. Nos daban una ración fría en el terreno y seguíamos trabajando”.

“Uno de los soldados argentinos era traductor inglés y nos daba las indicaciones para juntar las minas. Nos ponían amontonados para que le pegáramos con los fusiles a las minas esas. Para mí fue una distracción aunque tuve miedo ¿Quién no lo tiene estando en un combate? Pero no fue nada extraordinario después que caí prisionero”, aseguró.

Tras haber finalizado su trabajo, el entonces cabo fue trasladado al campo de prisioneros y luego a Montevideo, donde fue entregado junto a los demás a las autoridades nacionales.

“El campo de concentración de prisioneros de guerra era un bodegón viejo que tenía un cerco de alambrado tejido. Con mi grupo nos llevaron cuando terminamos de trabajar, ahí nos subieron al helicóptero, nos llevaron al Puerto de San Carlos, hicimos noche ahí y a la mañana siguiente, a primera hora, embarcamos en el buque para irnos a Montevideo”.

El 14 de junio finalmente Uvilla llegó a la Escuela de Ingenieros, su destino de paro. Y tiempo más tarde fue momento de regresar a su casa junto a sus padres, a quienes les había llegado la noticia sobre su muerte en combate y con quienes intentó comunicarse por carta en alguna que otra oportunidad, pero sin respuesta por problemas en el correo. Lo creyeron muerto por casi un mes, hasta que les comunicaron que se trataba de un error.

“Después de que me fui a Malvinas, llegó un mensaje sobre que yo me había muerto en combate, que me habían hecho correr por campo minado. A mi madre le dieron la mala noticia y 20 días después le dijeron que no, que había sido un error, que no era yo. Y bueno, mi madre sabía por lo que escuchaba en las noticias nada más. Yo era soltero así que mi familia eran mis padres”, narró.

Quienes también se convirtieron en su familia fueron los soldados con los que batalló codo y codo y que aún hoy sigue recordando con mucha emoción. Lo demuestra cada vez que su voz se ilumina al hablar de ellos.

“En combate uno sabe quién es su familia y quién le cuida la espalda. Yo tenía bajo mi responsabilidad soldados que tenían 45 días de instrucción, que yo justamente los había instruido. Esa era mi familia y mi preocupación, como yo era la de ellos. No podía pensar qué iba a hacer mañana, no había tiempo. Momentos de melancolía y tranquilidad eran pocos, cada vez menos y lo único que se tiene es a la gente que hay al lado, a sus compañeros”.

“Imagínese lo que fue para mí encontrarme 27 años después con mi ex soldados en una ceremonia. Fue una cosa por demás emocionante, yo ya casado y con hijos, encontrarme con esos camaradas con los que estuve en combate. Fue algo muy particular, fueron sentimientos muy especiales”, puntualizó.

“Con ms padres fue diferente. Después de que volví de Malvinas me encontré con ellos como al mes. Pero con mis hermanos incluso hasta el día de hoy nunca hablamos sobre el tema. A mí no me molesta contar mi historia pero ellos no me preguntaron nunca por su preocupación de que yo me sienta mal. Lo que mi familia sabe es por las charlas que yo he dado en las escuelas, en los cuarteles, a los medios”, mencionó.

“Yo cuando volví a mi casa, mi vida siguió normalmente. Estuve unos días y después me volví a Buenos Aires a seguir trabajando”.

Cuando uno escucha a Daniel Uvilla hablar sobre el profesionalismo de sus enemigos y decir que pudo continuar con su vida normalmente tras regresar de la guerra, puede descifrar su pasión por la profesión, algo que sin dudas le permitió escudarse de la tristeza y el desamparo durante y después de Malvinas. “Yo siento que tuve la posibilidad de hacer algo para lo que me preparé. Tuve la posibilidad de ir a una guerra, otros solo tienen la posibilidad de hacer una guardia. En otros países como Estados Unidos, el que se alista al Ejército inmediatamente va a una guerra, acá no”.

 “Para todos era nuevo. Desde el General hasta el soldado, ninguna tenía experiencia en guerra. La teoría muy linda, pero ahí vimos cómo es”.

Sin embargo, reconoce que la marca de haber estado en una guerra no se borra nunca y la manera de llevarla también depende de las experiencias de cada una de las personas que fueron protagonistas.

“Uno queda marcado. Hay cosas a las que les da más importancia que a otras. Nadie vuelve de una guerra entero, siempre algo le queda. A mí como creencia me queda el vivir el día a día, como viví en la guerra, vivirlo con mi familia, vivir los momentos con mi esposa, con mis hijos, cuando tenía a mis padres, con mis padres. Uno no queda igual, pero a mí me hizo madurar mucho. A mí lo mejor que me pasó fue ir a la guerra, haberme probado y saber que no me equivoqué en lo que elegí. Me ayudó a valorar a las personas”, destacó.

“Tengo muchos compañeros que han quedado traumados porque vivieron otras situaciones. Unos de mis compañeros vieron morir a otro cuando un cohete lo desintegró. Esas cosas no se borran nunca más. Pero no fue mi caso, yo por suerte no necesité después ese apoyo psicológico, mi vida siguió igual. Pero cuando nos hemos juntado con mis compañeros, todos, habiendo estado en el mismo lugar, tenemos cosas distintas para contar porque vivimos situaciones distintas”, expresó.

“Yo hice lo que tenía que hacer y lo que creí que era lo correcto y lo hice lo mejor posible. Hoy atravesamos la pandemia y los médicos, los docentes, los periodistas salen a trabajar sabiendo que capaz pueden contagiar a un familiar pero tienen que salir a trabajar porque es lo que corresponde. Son decisiones y así lo entiendo yo”, resaltó.

“No hay demonizarlo tanto. Mañana si se arma una guerra sabemos que todos vamos a estar. Los civiles aportando lo suyo desde afuera y quienes usamos el uniforme poniendo el pecho al frente con ese apoyo moral y logístico que hace falta desde afuera”.

“Lo mejor que me pasó en mi vida fue ir a Malvinas y volvería sin ningún tipo de problema en mi vocación de defender a la patria contra los internos y los externos”, sentenció Jorge Daniel Uvilla.

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